Pareciera el título de una película, pero representa la triste y dura actualidad, y casi siempre la realidad supera a la ficción. Entregar el oro de la familia, joyas mayormente y con un gran valor sentimental añadido, a veces a precio de… hojalata; y perdonad por la exageración.
Años atrás y como consecuencia de la burbuja urbanística, aparecieron negocios inmobiliarios en cada esquina, como las setas del bosque llegado el otoño. ¿Cuántas oficinas relacionadas con el ladrillo sobreviven en estos momentos?. Las correspondientes a las entidades bancarias, y poca cosa más, salvo las muy honrosas y profesionales agencias de toda la vida.
Tiempo atrás también y aprovechándose de las excelencias de la filatelia, surgirian empresas de “bienes tangibles”, con estructura piramidal y que enganchaban a personas incautas, que no sabian qué era un sello de correos, y que ni siquiera pedían verlos ni tocarlos. Muchos, miles, perdieron sus ahorros de toda la vida en unos efectos cuyo valor en algunos casos apenas sobrepasaba el del papel y la tinta con los que estaban confeccionados. Incluso, se llegaba a “invertir” en aquellas administraciones fantasmas, una de las cuales y del circuito de los emiratos árabes, pero siempre imprimiendo en Europa, se llama curiosamente “Staffa”. Pura coincidencia, y huelgan más comentarios.
La novedad de estos dias y debido a la crisis galopante que se está sufriendo aqui y en otras latitudes, es la compra de oro, con grandes y pretenciosos anuncios incluso a toda página en los diarios de mayor tirada. “Compramos oro”, “pagamos más que nadie, y al contado”. ¡No faltaria más, que encima que se quedan nuestras joyas, no las pagaran en efectivo¡ Los anuncios proliferan por doquier, por lo que debe ser un buen negocio.
Como en todos los casos anteriores, estamos hablando de libertad de mercado, de empresas y sociedades, y aquí no caben las denuncias hasta que se descubren las irregularidades; la justicia suele ir bastante por detrás de estas modas, y nos ganariamos una demanda llevados simplemente por el deseo de defender los intereses del pueblo llano, ignorante de según qué cosas, pero confiado en la bondad de determinada publicidad comercial. Nos toca de cerca y nos sentimos involucrados moralmente, cuando se trata de temas de coleccionismo popular -sellos de correos, tarjetas, documentos o numismática básica-. Avisamos de que esten muy alerta, pero evidentemente no podemos hacer más.
Los hay que por una necesidad puntual, y otros que por conseguir liquidez para sus vicios y esto sí que es lamentable, caen ante unos anuncios que les invitan a dejar su patrimonio en metales nobles al peso, sin tener en cuenta el valor artístico, de diseño, de incrustaciones más caras que las joyas en sí mismas puedan tener; y no hablemos ya de su antigüedad y valor sentimental. Seria como vender a peso libros incunables, o tarjetas postales de Fargnoli, uno de los más valorados retratistes del siglo pasado, a 10 céntimos, el precio más barato para los ejemplares antiguos.
Cada cual es bien libre de hacer con su patrimonio lo que se le antoje, como si quiere quemarlo, pero más recomendable es consultar a particulares o comerciantes de confianza y entendidos en cada materia, que aconsejarán con conocimiento de causa y lealmente. Pero lo más seguro es empeñar los objetos, que pese a una comisión siempre podremos recuperar en su integridad y valor. En el caso de las entidades de inversión filatélica, ningún filatelsita gastaria un sólo duro en aquellas tramas. En el apartado del oro, joyas y relojes…, la situación resulta más complicada por cuanto un particular no podria hacerse cargo, pagando lo que correspondiera, del material en cuestión; pero sí que puede dar orientaciones sinceras llevadas por la experiencia y erudición, y después que el vendedor sea libre de desprenderse o de “regalar” monedas antiguas, joyas de diseño, y otros artículos nobles, a peso.
Xavier