De entre las muchas ventajas que deparó el descubrimiento y posterior difusión en cantidades industriales de la tarjeta postal, no podíamos olvidarnos de su condición de herramienta para dar a conocer a modo enciclopédico el saber, la historia, la geografia y la realidad de los pueblos. Por ello se las pueden considerar como el turismo del pobre.
Desde aquel lejano año 1869 en Austria cuando fueron presentadas en sociedad en forma de enteropostal, siendo ejemplares del correo oficiales y con el franqueo impreso, sin más ilustraciones, la postal ha rendido, y lo viene haciendo aunque en menor intensidad por la aventajada competencia de los modernos medios, un servicio inestimable a la sociedad, en todos sus apartados, desde el comercial al particular, pasando por la promoción de la obra de todo tipo de artistas, y la publicidad de entidades públicas y privadas.
Las tarjetas se resisten a ser olvidadas e incluso destruidas, como pueda ocurrir con tantísimas cartas y otros documentos impresos, precisamente por el atractivo e información que deparan las ilustraciones, y por aquellos mensajes y refrendo de actos a modo de pequeñas actas notariales. Las postales muestran durante estos 140 años trozos de la historia mundial, y con su implantación se abarataron y socializaron las comunicaciones, anteriormente reservadas a la nobleza, la Iglesia y muy privilegiados gremios ciudadanos. Por otra parte estas cartulinas vienen a ser el efecto postal más completo, por reunir el sello, el matasello y otras marcas filatélicas, la ilustración y el texto, entendiendo que hayan circulado por supuesto.
Su uso y coleccionismo estuvo de moda durante décadas, especialmente las pertenecientes a la época dorada, aquella que transcurre desde el año 1900 hasta el inicio de la I Guerra mundial, aproximadamente. De acuerdo que las personas que las utilizaban venían a ser en su mayoria ilustradas, y curiosamente en un alto porcentaje mujeres -recordemos que el apartado más prolífico es sin duda el romántico-, pero poco a poco se fue extendiendo la moda, y entre sus bondades se encuentra la de la pura comunicación.
Cuando todavía no habia llegado el teléfono, y no hablemos ya de los actuales medios telemáticos, las tarjetas cumplian las veces de anunciadoras. Un ejemplo: Algunos ejemplares rezan, “iremos esta noche a cenar a tu casa”. Como el servicio postal hace cien años funcionaba en algunos aspectos mejor que el actual, la tarjeta que se tiraba por la mañana en Girona, la recogía el tren de Sant Feliu de Guíxols, o el de Olot, sin ir más lejos, y los carteros de destino la entregaban dentro de sus varios repartos diarios. Aquel aviso venia a ser entonces, salvando la lógica prontitud, como una llamada telefónica, o un telegrama.
Se puede hablar tanto de este fenónemo comunicativo que quizás nos desviamos del titular del presente artículo. Efectivamente y sin olvidar su modestia, las postales ayudaron a hacer turismo a los “pobres”, o a los que carecian de recursos para viajar personalmente a cualquier latitud de su país o del planeta. Como reconocidas auxiliares de la historia y la geografia que son, cuántas personas han podido conocer mundo sin salir de casa y gracias a las aparentemente insignificantes tarjetitas.
Xavier